Un marco teórico para la transformación educativa: discapacidad, lenguaje y justicia social
¿Qué entendemos por discapacidad?
Sección titulada «¿Qué entendemos por discapacidad?»Durante mucho tiempo, la discapacidad se ha interpretado desde una mirada médica que centraba la atención en los déficits individuales. Sin embargo, a partir del surgimiento de los Disability Studies (Oliver, 1998), esta visión comenzó a transformarse. Hoy se reconoce que la discapacidad es una construcción social: no es simplemente una característica de algunas personas, sino el resultado de la interacción entre las condiciones corporales o cognitivas y un entorno que no está diseñado para acogerlas.
Los enfoques actuales, como los Critical Disability Studies (Garland-Thomson, 2017; Shildrick 2012; Hughes 2005), la teoría Crip (McRuer, 2006; Sandahl, 2003), los Feminist Disability Studies (Crow, 1996; Thomas, 2013; Reeve, 2004; Samuels, 2003; Donaldson, 2002; Hall, 2011) o el modelo de la afirmación de la discapacidad (Swain & French, 2000), han enriquecido esta mirada. Estos marcos destacan que la discapacidad se vive de maneras múltiples y entrecruzadas con otros ejes de desigualdad como el género, la clase, la raza o la edad. Hablar de discapacidad, por tanto, es hablar también de derechos, cultura, identidad, cuerpo y poder.
El capacitismo: cómo se construye y por qué importa en educación
Sección titulada «El capacitismo: cómo se construye y por qué importa en educación»El capacitismo es un sistema de valores, normas y prácticas que otorga más valor a ciertos cuerpos y mentes, considerados “normales” o “capaces”, y margina a quienes se alejan de ese ideal. Este sistema está presente en toda la sociedad, y la escuela no es una excepción. El capacitismo no solo se expresa en actitudes individuales, sino también en cómo están diseñadas las instituciones, los currículos, las evaluaciones y los lenguajes que usamos.
Dan Goodley (2014) propone que para comprender realmente la discapacidad debemos cuestionar también la idea de capacidad. Esta no es una cualidad neutral ni natural, sino una norma cultural que define qué vidas son consideradas valiosas. En respuesta a esta lógica, el Modelo de la Diversidad (Palacios y Romañach, 2006) invita a desplazar el foco del cuerpo al sistema, sustituyendo la capacidad como medida de valor por la dignidad como principio rector. La discapacidad no es algo que deba corregirse, sino una forma legítima de estar en el mundo.
El capacitismo en las escuelas y universidades
Sección titulada «El capacitismo en las escuelas y universidades»En el ámbito educativo, el capacitismo se manifiesta de muchas formas. Está en la segregación escolar, en la medicalización de las diferencias, en los programas individualizados que aíslan, en la vigilancia constante sobre ciertos cuerpos o comportamientos. Autores como Phuong, Padía y Beneke (2024) denuncian que muchas veces se disfraza la exclusión como “apoyo” y se reproducen lógicas de control bajo la apariencia de ayuda.
En la educación superior, Sherwood y Kattari (2023) alertan de cómo los sistemas de ajuste, basados en la autoidentificación, colocan la responsabilidad en el estudiantado, dejando fuera a quienes no pueden o no quieren identificarse públicamente como personas con discapacidad.
Frente a estas dinámicas, hay propuestas alternativas. El Diseño Universal del Aprendizaje (DUA) plantea una planificación inclusiva desde el inicio, que no dependa de adaptaciones posteriores. Otros enfoques, como la justicia de la discapacidad (Ben-Moshe, Sins Invalid, 2020) o las pedagogías abolicionistas (Annamma, 2018), apuestan por transformar el sistema educativo desde valores de interdependencia, cuidado colectivo y reconocimiento de todas las vidas como dignas.
Storey (2007) propone medidas concretas: incluir contenidos sobre discapacidad en el currículo, formar al profesorado desde una perspectiva anticapacitista, crear espacios de participación con igualdad real, y dar visibilidad a referentes con discapacidad.
El lenguaje como herramienta de transformación
Sección titulada «El lenguaje como herramienta de transformación»El lenguaje no solo describe: también construye realidades. Las palabras que usamos para referirnos al alumnado con discapacidad influyen directamente en cómo se les percibe, cómo se les trata y qué lugar se les asigna en la vida escolar. Como explican Bottema-Beutel et al. (2024), expresiones como “retraso”, “bajo funcionamiento” o decir que una estudiante “no responde” a las intervenciones educativas no son neutras: refuerzan una visión medicalizada que sitúa el problema en la persona, invisibilizando las barreras pedagógicas y contextuales.
En los planes individualizados y adaptaciones escolares, a menudo se definen objetivos sin contar con la perspectiva del propio estudiante, aplicando criterios de normalización que invisibilizan su subjetividad, imponiendo metas que priorizan la adaptación al estándar, en lugar de reconocer la forma singular de aprender y participar de cada estudiante. Desde un enfoque neuroafirmativo, se propone invertir la lógica de intervención: no se trata solo de fijar metas “alcanzables”, sino de analizar el contexto, identificar las barreras y construir una propuesta educativa que haga posible su participación genuina. En lugar de preguntar “¿qué debe conseguir esta estudiante?”, conviene preguntarse “¿qué impide su participación?” y “¿cómo quiere y puede implicarse ella en esta decisión?”.
Poner el foco en el entorno no significa ignorar a la persona. Cada estudiante tiene una historia, unos apoyos que necesita, unas fortalezas que ofrecer y una forma única de estar en el mundo. Mirar el contexto es también una forma de cuidar a quien lo habita.
Además del lenguaje que usamos para nombrar, es importante revisar cómo nos comunicamos y qué entendemos por participación. Por ejemplo, el concepto de doble empatía (Milton, 2012) concretamente, en relación con el autismo, nos ayuda a comprender que los desafíos comunicativos entre personas autistas y no autistas no se deben a un déficit individual, sino a un desajuste relacional. Las dificultades no son unilaterales, sino producto de una falta de entendimiento mutuo. Escuchar al alumnado, reconocer sus modos propios de expresión —por ejemplo, la ecolalia o el uso de SAAC (Sistema Aumentativo y Alternativo de Comunicación)— y ofrecer distintos formatos de participación son formas concretas de practicar el respeto hacia la diversidad comunicativa.
Transformar el lenguaje no es solo cambiar palabras: es revisar los marcos que las sostienen y construir otras formas de nombrar más justas, inclusivas y abiertas a la diferencia.
El proyecto: una apuesta formativa hacia la justicia educativa
Sección titulada «El proyecto: una apuesta formativa hacia la justicia educativa»Este proyecto nace del convencimiento de que la universidad tiene un papel clave en la transformación social. Formar al futuro profesorado y profesionales de la educación desde una mirada crítica sobre el capacitismo es sembrar la posibilidad de otra escuela: una que no excluya, no sea paternalista, no clasifique por etiquetas, sino que acoja, escuche y transforme.
La elaboración de la guía de lenguaje anticapacitista no ha sido un mero ejercicio académico, sino una práctica colectiva de enunciación ética. Queremos ofrecer herramientas que ayuden a revisar los lenguajes cotidianos, a cuestionar lo que damos por sentado y a imaginar nuevas formas de nombrar y habitar la diversidad.
Cambiar las palabras no basta, pero puede ser un buen comienzo para cambiar también las prácticas. Porque si aprendemos a hablar de otra manera, quizá también podamos educar —y vivir— de otra manera.